Derecho

Ana Lucía Misas – Estudiante Llegué al Derecho como una vocación tardía, inspirada por mi experiencia como concejala y mi deseo de servir mejor a las comunidades. Aquí encontré un espacio que une mi amor por la educación, la política y el trabajo comunitario con el estudio riguroso de la ley, siempre desde la filosofía franciscana del respeto y la solidaridad. Cada experiencia —el consultorio jurídico, los semilleros, la investigación y la representación estudiantil— me ha demostrado que nunca es tarde para aprender y crecer.

Mi paso por esta facultad fue una transformación profunda. Llegué con grandes sueños pero sin rumbo claro, y encontré un lugar que moldeó mi carácter, despertó mi vocación de servicio y me enseñó que el derecho puede cambiar realidades. En el Semillero de Derecho Penal, los congresos y como representante estudiantil aprendí que el liderazgo nace de la empatía y el respeto. Hoy, como litigante y servidor público, llevo conmigo los valores franciscanos de ética, humanidad y servicio, trabajando por la dignidad de las personas vulnerables y defendiendo derechos fundamentales. Sueño con ser docente, porque creo en el poder transformador de la educación, como lo hicieron mis maestros.

Estudiar Derecho aquí ha sido una experiencia que me transformó en lo académico y en lo personal. Encontré un espacio de respeto por la diversidad, la libre expresión y la construcción colectiva, donde cada persona es valorada. He fortalecido mi visión crítica del derecho y mi compromiso con la justicia social, entendiendo que esta profesión no es solo norma, sino vocación de servicio. Ser parte de esta comunidad me inspira a soñar con ejercer como abogada desde el amor, la empatía y la convicción de que el conocimiento cobra sentido cuando se pone al servicio de los demás.

Mi paso por la facultad fue una verdadera transformación. Comprendí que el derecho no es solo norma, sino un camino para cuestionar la realidad y servir con sensibilidad y respeto. En las aulas y en el consultorio jurídico aprendí que la justicia se construye escuchando y reconociendo la dignidad humana. Gracias a mis maestros y a los valores franciscanos que guiaron mi formación, descubrí que ejercer el derecho exige coherencia, empatía y compromiso social. Ser bonaventuriana es llevar siempre esa mirada ética y humana que inspira a trabajar por un mundo más justo y solidario.